LA IDEA PRÁCTICA
Es probable que más del noventa por cien de nuestros militantes considere que las ideas, incluso las nuestras, no son capaces de configurar el mundo ni de mover a las masas. Las ideas solas, no. Y más cuando algunos, ortodoxos pero poco prevenidos, andan recitando que no hay verdades al margen de la época, de su tiempo histórico. Estos pobretes, con su mejor voluntad, a fuerza de filosofías desbocadas, no comprenden que con tales explicaciones tiran piedras sobre nuestro tejado de cristal:
Si las verdades no subsisten más allá del tiempo, ¿cómo decir a nuestra gente que el socialismo es verdad y promesa cuando saben todos que el socialismo nació en el Siglo XIX y estamos ya en el XXI? ¿Qué hacer para que el votante siga confiando en que el socialismo es una certeza de alcanzar un mundo mejor dentro de unos plazos históricos si muchos de nuestros machacas intelectuales siguen diciendo lo contrario?
Afortunadamente a nuestro votante medio la verdad le importa muy relativamente cuando no nada. Lo nuestro va de mandar y, desde el poder, cambiar la sociedad sin que en ello intervenga la suposición de que tenemos la verdad. Basta con tener el poder y usarlo en beneficio de la causa y de los causantes. No obstante, para que algo sea viable, mal que nos pese, ha de disponer de ideas viables y de una capacidad de acción e insistencia que haga viables las que son naturalmente imposibles. O sea, se puede y se debe hablar del bien común, por ejemplo, pero no puede facilitarse desde una ideología, la que sea, porque el Bien Común sólo lo será en función de algunos y siempre habrá quien lo niegue. Por eso el bien común ha de responder sólo a nuestros planteamientos y, además, ser impuesto aún en contra de una mayoría.
Una eficiente y reiterativa propaganda, más la acción indiscriminada sobre la enseñanza y sobre la práctica, ha conseguido que la gente acepte las políticas sin imaginación. Es fundamental porque, o nos atenemos al mensaje original socialista o aceptamos que hay que innovar, con lo que el socialismo facilitaría su propia desaparición. En breve encontraríamos a quienes nos recordaran que, desde 1800, casi todo ha pasado de moda. Lo nuevo, como repetimos al hablar del progresismo, siempre es bueno, menos en política. Las novedades, para la moda y la electrónica.
Nuestro cinturón de seguridad y de supervivencia, se basa en que la antinomia política no se pase: existen el socialismo y "lo demás". Por lo tanto, todo el sistema se basa en una lucha de tradiciones. Una lucha inacabable que nos conviene siempre que se evite, por todos los medios, que lleguen novedades a esa política. O sea, como siempre. Las novedades, todo lo más para la historia que, por eso, conviene reescribir periódicamente. Pero los que de verdad diseñamos el panorama social debemos saber, aunque no transmitir, que el Socialismo Constante es lo contrario a la novedad o que la novedad es el telón de fondo de la constancia en una idea. La estrategia nos obliga a ser conservadores.
Porque cuando todo es barrido por la novedad acelerada -a la que contribuimos- el hombre necesita un punto de referencia inmóvil. Si la naturaleza no lo presta, hay que imaginarlo. El hombre, pues, debe hallar esa inmovilidad tranquilizadora en la política: una posición donde las cosas sigan siendo como siempre: una cosmología constante, una seguridad evolutiva que siempre diga lo mismo sobre lo mismo, que siempre prometa lo mismo para la parte invariable del mundo que nosotros llamaremos justicia. Una costumbre estable, que nos permita, como ahora, identificarnos con una república de hace 75 años sin que nuestra gente nos considere en absoluta involución. Estrategia y táctica.
No debe confiarse a las masas, pero lo cierto en el Siglo XXI es que las dos ideologías que se reparten la justificación del planeta consisten en la conservación de su primer mensaje básico, tarea en la que se han gastado diez generaciones de esforzados militantes. Todo cambio desvirtúa y, por lo tanto, somos necesariamente conservadores del socialismo y no tenemos ya la libertad de cambiar. Ni casi la de fingir los cambios. Un error y la historia nos dejaría atrás. Afortunadamente al liberalismo le sucede lo mismo y hemos aprendido a mantener un estatu quo en el que estamos aliados para que no penetren en la sociedad otras visiones ni de justicia ni de libertad ni de la misión temporal del hombre en la tierra.
Como es lógico -y esto ya es puro campo de ideas prácticas- las demás cosas invariables que anclan al hombre en realidades distintas de la nuestra deben ser echadas al olvido y se convierten en nuestras enemigas naturales: Dios, la bimilenaria Iglesia, la Patria como unidad de empresa, la moral básica e inmutable, la familia que llamamos tradicional con acierto. Deben desaparecer para no desaparecer nosotros.
Afortunadamente tenemos un gran aliado para esto: la Naturaleza Humana, que sigue invariable desde el principio de los siglos y que siente pasión por el cambio, por los nuevos tiempos, sin resignarse a creer que los tiempos son siempre los mismos, definidos por la única e invarible relación entre los poderosos y los oprimidos. Todo esto ya se ha resumido en una frase antológica: "Con nosotros hará lo que quiera, si quiere lo que nosotros: ser residual y permanecer antes que ser nuevo y desaparecer". ¿Por qué residual? Por el momento, a Socialismo Residual se corresponde una España Residual y conviene que recordemos que el Patriotismo, según el fundador, es una de las principales herramientas de la clase explotadora.
0 comentarios